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En México, los insectos cara de niño tienen la fama de ser altamente peligrosos. Pero ¿qué hay detrás de su espeluznante leyenda? |
Es de noche y todo está oscuro en la habitación. De pronto un extraño sonido, semejante al de los dedos tamborileando sobre la mesa, irrumpe el silencio. Asustado, te sientas sobre la cama e intentas descubrir de donde proviene. Se detuvo. Vuelves a recostarte con la certeza de que sólo fue tu imaginación, pero poco después el ruido comienza de nuevo. Sin pensarlo te paras de la cama y enciendes la luz. Ahí está. De su enorme y roja cabeza un par de negros ojos te miran fijamente. Un espantoso ‘cara de niño’ se coló a tu cuarto, y de golpe todas las historias que en la infancia te contaron sobre estos animales se amontonan en tu mente: una cruza horrible entre araña, escorpión y hormiga que solo espera un pretexto para atacar e inyectarte su letal veneno. Recuerdas la historia de la niña a la que uno de estos diablos le arrancó las mejillas mientras dormía. De cuando tu tío, tras bañar en alcohol a uno y prenderle fuego, escucho que chillaba como si fuera un niño. También de lo mucho que te asustaba la idea de encontrarte frente a frente a este insecto con rostro de recién nacido, y que la advertencia de la abuela era que si apreciabas tu vida debías alejarte de él lo antes posible.
Arraigada creencia

Ciertamente su fisonomía llama la atención. Posee una cabeza grande y sin pelo en comparación con su cuerpo –de ahí su nombre de ‘cara de niño’-, mandíbulas fuertes y por lo general es de color naranja o marrón con franjas negras. Mide alrededor de cinco centímetros y posee tres pares de patas. Suele pensarse que está emparentado con los arácnidos, pero en realidad es primo de animales menos temibles: los grillos y los saltamontes, pues pertenece al orden de los Orthoptera.
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El también conocido como ‘grillo de Jerusalén’, ‘niño de la tierra’ -o ‘potato bug’ en inglés-, habita en lugares oscuros y por lo general es tímido. La mayor parte de su tiempo lo pasa debajo de rocas o en su madriguera, que puede alcanzar los 25 cm de profundidad. De noche sale a comer. En lugar de carne el S. fuscus prefiere las raíces, materia en descomposición e insectos de pequeño tamaño como hormigas; de ahí que se les considere excelentes huéspedes para mantener un jardín libre de plagas. Además, ayudan al crecimiento de las plantas, pues remueven la tierra.
De su leyenda quizá lo único relativamente cierto es que su mordida es dolorosa. Sus potentes mandíbulas no sólo le sirven para cavar la tierra, también para defenderse. Por lo general es inofensivo y no posee ningún tipo de veneno, pero si lo molestan puede morder. Esto puede provocar infecciones secundarias, como ocurre con cualquier otro animal.
Tampoco lloran como infante. A lo más, pueden hacer un ruido parecido al de un tambor con sus patas traseras que pegan a su cuerpo, sobre todo para buscar pareja. Al final, si el cara de niño representa un peligro para alguien, quizá es para él mismo, pues su terrible popularidad podría ponerlos afectar su población.
Para saber más: http://www.unce.unr.edu/publications/files/ho/other/fs9935.pdf
Fuente: entsoc.org; sdnhm.org
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