domingo, 4 de noviembre de 2012

El jejen maldito


A pesar de ser una noche oscura y silenciosa, aprovechaba la mínima luz proveniente de la luna para, una y otra vez, leer ávidamente el periódico de marzo de 2012. Sus ojos, en un vaivén, se clavaban en los encabezados que anunciaban un brote en el municipio español de Fuenlabrada, en la provincia de Madrid; ni él ni nadie en aquél entonces imaginaban las consecuencias de esta catástrofe, que ahora no sólo afectaba a los perros y animales silvestres como liebres, zarigüeyas, coatíes, osos hormigueros, entre otros, sino también a toda la humanidad.

Con una máscara para respirar puesta (ya que diariamente se tenía que fumigar) que le impedía volver a ser inconsciente del oxígeno que interiorizaba en su cuerpo, y cubierto completamente con repelente, Alberto se aferraba al recuerdo de sus padres a quienes escuchó por última vez una noche antes de la catástrofe...

–¡Estamos fascinados! Es la ciudad de las fuentes; deberías alcanzarnos cuanto antes.
–Sabes que me encantaría, pero el trabajo me detiene -–con la mano en la frente, Alberto mira con pesadez el bonche de papeles sobre su escritorio que le falta revisar.
–Entonces, será para la próxima. Nos marchamos, tu madre te manda saludos. Hijo, te amamos, cuídate mucho.
–También los amo, diviértanse.

Por un instante se perdió en el tiempo, y el recuerdo parecía ser el presente. Sin embargo, él mismo se rescató de aquella sensación pues al instante pensó: "como si hubiera sido ayer". No quería dormir. Le atemorizaba cerrar los ojos y pensar que, al abrirlos, ya no sería humano, pero poco a poco, a pesar de luchar contra sí mismo, sus ojos se cerraban. Desarrolló una fobia a los insectos, a cualquiera, aunque el culpable de eso sólo fuera uno: un "chupa sangre" o "jejen" (Lutzomyia o Phlebotomus). Un mosquito pequeño (de 2 a 4mm), pero de gran impacto en la vida de otros seres vivos. Alberto permanecía atento por las noches y prendía todas las lámparas. Pensaba que si no podía escuchar al sigiloso culpable de la infección al menos podría desorientarlo, pues la oscuridad era aliada del enemigo para embestir a su presa.

Alberto aprendió a identificar al chupa sangre, y cada vez que lograba ver a alguno, lo mataba, como a todos los insectos que veía. Sin embargo, a éstos los quemaba; una forma de expresar el odio que les tenía.

Sabía que el jejen hembra, a diferencia de los machos que se alimentan del néctar de las flores, era hematófaga, es decir, se alimentaba de sangre porque necesitan las proteínas contenidas en ella para la producción de sus huevos. Éstas, una semana después de haberla extraído, colocan alrededor de 100 huevos en estanques, ríos, lagos o lagunas.

El piquete del mosquito transmitía, principalmente a los perros, una grave enfermedad: la leishmaniasis (provocada por el parásito protozoo Leishmania), que si no se trataba podía matar a los canes por afectaciones viscerales tales como la inflamación del hígado y del bazo, acompañada por distención abdominal severa, pérdida de condición corporal, desnutrición y anemia. En los seres humanos no tenía mayores consecuencias. Tan sólo la formación de úlceras cutáneas y en algunos casos leishmaniasis visceral, que podía controlarse con medicamento. 

Pero en el 2010 las cosas comenzaron a cambiar, ya que, en esta localidad de Madrid, se declararon 108 casos en humanos –y 118 más en 2011–, cuando supuestamente en el boletín epidemiológico regional, tanto en 2008 como en 2009 el recuento era de sólo 15. En los meses de febrero y marzo se produjo un aumento de leishmaniasis visceral y cutánea. Al cabo de un tiempo, las personas infectadas comenzaron a transformarse en zombies. Las ulceras se expandieron hasta cubrir todo el cuerpo. Fuera de sí, comenzaron a agredir y morder a otros, propagando la infección gradualmente por todo el mundo. Recordar una y otra vez estos sucesos provocaron que Alberto sintiera una ansiedad tal, que despertó y lo primero que vio fue el periódico sobre su escritorio y un jejen sobre él. Se echó hacia atrás rápidamente cayendo sobre la silla y tratando de entender qué pasaba, alcanzó a anclar su mirada en el reloj. Eran las 7:00 am. Todo se veía normal. Lanzó su zapato al lugar donde reposaba la "chupa sangre" para espantarla. Al lograrlo, tomó el teléfono y desesperadamente marcó a sus padres...

–¿Sí?- contestó su padre, aún dormido.
–¿En dónde están?
–¿Quién habla? - preguntó alarmado.
–Soy yo, Alberto. ¿Están bien? ¿En dónde están? –preguntaba atropelladamente.
–¿Qué te pasa?
–¡Responde! En dónde están.
–En Fuenlabrada, en dónde más. ¿Estás bien?
–Sí, sí, sí, estoy bien. Sólo tuve una pesadilla.


Para saber más.

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